Que salven lo libros.

Con el 2012 se fué el fin del mundo. El fin llegó con menos gloria con la que vino. Tengo la vana esperanza que fuese el final de toda la tropa de charlatanes y embusteros que explotan el miedo de los incautos para seguir su estilo de vividores.
Con los augurios de lo peor también llegaron aquellos creyentes que se prepararon para lo peor. Optimistas que creen que se puede seguir más allá del fin del planeta.
Muchos documentales relataban sus peripecias, sus planes y sus infraestructuras. Agujeros en la tierra pequeños e incómodos, comida de los más desagradable y agua embotellada para sobrevivir unos meses enterrados en vida.
Cientos de armas, millones de balas preparadas para eliminar lo poco que pudiese quedar en pie, dispuestos a disparar primero y a preguntar después.
Armarios llenos de ropa de abrigo, ropa de protección radioactiva, protección bioquímica y pulovers de lana.
Miles de litros de combustible y cientos de motores eléctricos.
De todo menos libros, ni un solo libro. Me pregunto cómo querían convertir un mundo desolado en una nueva y floreciente civilización. Y mi pregunta tiene una fácil respuesta. Sólo quería sobrevivir unos meses más competiendo por los excasos rescursos que quedaran con la especie que nos sucederá después del fin, las cucarachas.

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